¿Viste cuando ves un paisaje tan lindo que te deja sin palabras? Una belleza tan natural, tan perfecta, que nunca se te ocurriría pensar:
“sería más lindo si los árboles fueran más altos”,
“si la montaña tuviera la punta más redonda”
o “si fuera más joven, con menos árboles viejos”.
Sería absurdo, ¿no?
Creo que con las personas pasa lo mismo.
Hay tanta belleza en cada uno de nosotros, pero muchas veces no la vemos.
Cada cara es un paisaje, único, irrepetible.
Y, sin embargo, nos pasamos la vida creyendo que tenemos algo que cambiar: una arruga que borrar, un “defecto” que corregir.
¿Y si abriéramos más los ojos?
O mejor, ¿el corazón?
Capaz así podríamos ver la abundancia de belleza que nos rodea.
Es raro que, siendo parte de la naturaleza, nos midamos con estándares que nos aceptan o nos rechazan.
Si nos miráramos como miramos a una montaña, a un lago, a un bosque… ¿podríamos ver belleza?
Para mí no hay nada más lindo que las caras reales:
las expresivas, las que cuentan historias,
las que te conectan con tus padres, tus abuelos, tus raíces.
Caras que guardan la memoria de una vida vivida.
Y me da un poco de tristeza ver que cada vez nos parecemos más.
No lo digo desde la crítica, sino desde la observación.
Siento pena cuando alguien siente que necesita editarse todo el tiempo para encajar en un estándar que ni sabemos quién inventó.
En ese proceso, se pierden historias.
Se pierde autenticidad.
Y, sobre todo, se pierde belleza.
“sería más lindo si los árboles fueran más altos”,
“si la montaña tuviera la punta más redonda”
o “si fuera más joven, con menos árboles viejos”.
Sería absurdo, ¿no?
Creo que con las personas pasa lo mismo.
Hay tanta belleza en cada uno de nosotros, pero muchas veces no la vemos.
Cada cara es un paisaje, único, irrepetible.
Y, sin embargo, nos pasamos la vida creyendo que tenemos algo que cambiar: una arruga que borrar, un “defecto” que corregir.
¿Y si abriéramos más los ojos?
O mejor, ¿el corazón?
Capaz así podríamos ver la abundancia de belleza que nos rodea.
Es raro que, siendo parte de la naturaleza, nos midamos con estándares que nos aceptan o nos rechazan.
Si nos miráramos como miramos a una montaña, a un lago, a un bosque… ¿podríamos ver belleza?
Para mí no hay nada más lindo que las caras reales:
las expresivas, las que cuentan historias,
las que te conectan con tus padres, tus abuelos, tus raíces.
Caras que guardan la memoria de una vida vivida.
Y me da un poco de tristeza ver que cada vez nos parecemos más.
No lo digo desde la crítica, sino desde la observación.
Siento pena cuando alguien siente que necesita editarse todo el tiempo para encajar en un estándar que ni sabemos quién inventó.
En ese proceso, se pierden historias.
Se pierde autenticidad.
Y, sobre todo, se pierde belleza.