Hoy quiero hablar de la incomodidad como motor de cambio.

Muchas veces, lo que creemos que es un problema, es en realidad el empujón que necesitábamos para movernos.
No siempre lo vemos así, claro. Porque duele. Porque molesta. Porque incomoda.

Pero el verdadero estancamiento aparece cuando esa incomodidad se vuelve más cómoda —o más conocida— que el esfuerzo que implica transformarnos.
Cuando elegimos lo familiar, aunque duela, antes que lo incierto que puede sanarnos.

Y esa tensión interna —ese ruido sutil pero constante— no desaparece. Se acumula, se esconde, pero siempre vuelve.

¿Qué pasaría si, en lugar de resistir la incomodidad, la escucháramos?

Porque sí: el dolor es inevitable.
La pregunta es:
¿Qué tipo de dolor estás dispuesto a sentir?

¿El que te empuja a crecer o el que te adormece?
¿El que transforma o el que encierra?
¿El que incomoda por un rato o el que persiste toda una vida?

La incomodidad va a estar.
Pero una te acerca a tu verdad.
Y la otra... solo te aleja de tu mejor versión.

¿Con cuál te quedás?

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