Hace varios años escuché la frase:
“Sentir todo tan profundamente es, a la vez, una bendición y una maldición” e inmediatamente me sentí identificada.

Sentir todo de manera tan profunda es una bendición, porque me permite absorber con hipersensibilidad y presencia aquello que me rodea.

El aroma a café por la mañana me genera una sensación interna de placer y felicidad maravillosa.

Ver la carita de mi perro recién amanecido, todavía un poco dormido, creo que es de las mejores experiencias que he tenido en mi vida. Una escena de belleza pura.

Sentir el sol caliente en mi cara una mañana fría de invierno, durante un paseo por el parque, me genera una gratitud profunda.

Sonreírle a un desconocido y que te devuelva la sonrisa me parece una experiencia altamente espiritual.

Poder hablar con mi pareja sobre nuestros proyectos de vida, y ser mi versión más auténtica con él, me genera una felicidad y una sensación de gratitud inmensa.

Todo lo ordinario se vuelve fascinante. Todo se vuelve motivo de felicidad.

Pero, como todo en la vida… donde hay luz, hay sombra.

Sentir todo de manera tan profunda también puede ser una maldición.

Ser testigo de injusticias, dolores y malestares me genera emociones intensas, a veces difíciles de procesar.
Es como si el dolor del otro fuera mío.

Y muchas veces no sé qué hacer con esos sentimientos, ni cómo canalizarlos.

Ahí es donde el deporte se convierte en mi aliado. Me ayuda a sacarlo del sistema, de una forma sana y productiva.

¿A vos te pasa?

Me considero muy afortunada de poder sentir así.
Al final, la vida está compuesta por esos momentos cotidianos y “simples”.

Y creo que, si una persona que ya no está en este plano pudiese hablar, no diría que extraña el dinero, la fama o las cosas banales.

Diría que extraña el aroma del café.
Acariciar a su perro.
Mirarlo a los ojos.
La sonrisa de un desconocido.

Momentos simples, pero llenos de vida.

Y vos…
¿Sentís las cosas de manera profunda?

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